Buscar

Una nueva transición energética: rasgos, desafíos y perspectivas desde América Latina y el Caribe

Para conocer las últimas noticias, suscribirse a nuestras actualizaciones.

ÚLTIMA EDICIÓN

NEWSLETTER

EDITORIAL

CAPÍTULO 1, PARTE 1

Mensajes clave

1- La sostenibilidad medioambiental necesita una nueva transición energética de los combustibles fósiles a las fuentes renovables. El consumo de energía es el principal responsable de las emisiones de gases de efecto invernadero y, a los ritmos actuales de emisiones, quedan tan solo 9 años para limitar el crecimiento de la temperatura a 1,5 °C con relación a los niveles preindustriales.

2- La nueva transición energética tiene una motivación medioambiental, pero en ella también operan incentivos económicos. Actualmente, la generación eólica y solar es económicamente competitiva y esta característica seguirá mejorando. Otros motores del cambio podrán ser los costos del comercio internacional o la necesidad de adaptar el capital a los nuevos estándares de producción global.

3- La nueva transición energética va más allá de la sustitución de fuentes fósiles por energía solar y eólica. Implica también un crecimiento de la importancia de la electricidad, un incremento transversal en la eficiencia energética, el desarrollo y penetración de combustibles de bajo o nulo contenido de carbono, así como de tecnologías de captura y almacenamiento de carbono.

4- La transición energética deberá sortear algunos obstáculos. Uno de ellos es que la oferta de ciertos minerales clave no responda a la velocidad con la que crezca la demanda. Otra fuente potencial de tensión es la existencia de importantes activos creados para el uso de combustibles fósiles que corren el riesgo de perder valor.

5- Los países de la región han mostrado su compromiso con el medio ambiente, declarando, en promedio, una reducción de las emisiones de GEI de alrededor del 11 % para el año 2030 en relación con sus valores de 2020. Esta disminución de las emisiones tiene implícito un esfuerzo de mitigación importante al considerar el crecimiento poblacional esperado y la necesidad de iniciar un proceso de convergencia de los niveles de ingreso por habitante con el de los países desarrollados.

6- Cada país experimentará la transición energética a su propio ritmo en función de su realidad. En la región hay que tener presente la pobreza y la abundancia de empresas poco

dinámicas, circunstancias que pueden limitar la adopción de capital y de prácticas energéticas limpias, bien por limitaciones financieras, bien por priorizar otros temas sobre los

medioambientales. Por otra parte, los precios de la energía en algunos países de la región no internalizan plenamente los costos ambientales, lo que también puede desincentivar la eficiencia y descarbonización energética.

7- La nueva transición energética trae oportunidades para América Latina y el Caribe, donde existen ventajas para generar energía limpia y atraer inversión extranjera (powershoring).

La abundancia de minerales clave es otra condición favorable. Para aprovechar estas oportunidades se requieren instituciones adecuadas, una tarea pendiente en muchos países de la región.

8- La nueva transición energética debe abordarse de manera integral y desde una perspectiva de desarrollo sostenible que atienda a un triple desafío: reducir la desigualdad y la pobreza, cerrar la brecha de ingresos respecto al mundo desarrollado y proteger el medio ambiente. Para ello, los países deberán manejar un abanico de políticas que trasciende el ámbito puramente energético

Introducción

Desde 1850, la actividad humana ha causado la emisión de más de 2.300 gigatoneladas de dióxido de carbono (CO2). Más del 68 % de esas emisiones provinieron del uso de energía generada por fuentes fósiles. A los ritmos actuales de emisiones, quedan un poco más de 28 años para limitar el incremento de la temperatura en 2 grados Celsius (°C) con respecto a la era preindustrial y apenas 9 años para el umbral de 1,5 °C. Las metas ambientales globales precisan, por lo tanto, una transición energética que contribuya a reducir las emisiones.

Los procesos de transición energética no son nuevos. La energía es un insumo fundamental para el desarrollo de la actividad humana y, por ello, desde el principio de los tiempos, el ser humano ha buscado las formas más eficientes de obtener energía. Una de las primeras grandes transiciones energéticas fue la introducción del carbón, que permitió el desarrollo del motor a vapor y contribuyó a la primera revolución industrial. En el siglo XX, el petróleo primero y luego el gas natural fueron reemplazando al carbón en los procesos productivos y el uso de los hogares. En estos casos, la transición se debió a motivos meramente económicos y tecnológicos, es decir, por la aparición de fuentes alternativas más eficientes que desplazaban o sustituían, al menos parcialmente, a la fuente energética predominante hasta ese momento. Una característica distintiva de la actual transición energética es que está enmarcada en el contexto de una preocupación medioambiental que ha llevado a que la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) se plantee como un objetivo fundamental de las políticas públicas. Eso no significa que la motivación medioambiental sea el único motor; en efecto, con el abaratamiento que ya ha ocurrido de las tecnologías solar y eólica, se espera que la penetración de estas fuentes renovables ocurra aún en escenarios donde la consideración ambiental no sea la prioridad.

Este capítulo presenta una visión panorámica de la transición energética, destacando la necesidad de tener una perspectiva desde América Latina y el Caribe. En una primera parte se discuten los pilares y desafíos mundiales de la transición energética, para, posteriormente, concentrarse en la situación regional. Se destaca la necesidad de que la transición ocurra en un contexto que promueva a la vez el crecimiento económico y el desarrollo social de los países latinoamericanos y caribeños.

La transición energética de las fuentes renovables:  rasgos esenciales

Una transición energética implica un cambio estructural en las fuentes de energía empleadas para satisfacer la demanda. La humanidad ha experimentado varias transiciones energéticas a lo largo de su historia. En el siglo XIX, por ejemplo, ocurrió la sustitución de biomasa, fundamentalmente madera, por carbón. Posteriormente, en la segunda mitad del siglo XX, se evidenció el surgimiento del petróleo como fuente protagónica. Durante los últimos años del siglo pasado, el gas natural incrementó de manera importante su contribución, consolidando la era de la energía fósil. Según datos de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), a finales de la década de los noventa, las fuentes fósiles aportaban el 80 % de la oferta global de energía, de las cuales el 23 % provenía del carbón, el 36 %, del petróleo y el 21 % del gas natural.

Una nueva transición energética está en pleno desarrollo. Esta tiene como uno de sus ejes el incremento considerable de la participación de las fuentes renovables no convencionales, tales como la energía solar y eólica. Los rasgos esenciales de esta nueva transición energética se examinan a continuación.

Preocupación medioambiental

Los procesos complejos suelen tener diferentes motores y esta transición energética no es la excepción. Una característica distintiva de esta nueva transición es que está enmarcada en el contexto de una preocupación medioambiental que ha llevado a que la reducción de emisiones de GEI se plantee como un objetivo de las políticas públicas al más alto nivel. Eso no significa que la motivación medioambiental sea el único motor, pero sí uno importante, al menos en su fase inicial. La preocupación medioambiental está bien fundada. La temperatura media de la superficie terrestre durante la década de 2011-2020 fue 1,1 °C más alta que en la época preindustrial (1850-1900). Los efectos de este calentamiento ya se han empezado a sentir, incrementándose, por ejemplo, la frecuencia y severidad de eventos climáticos extremos, con costos económicos y sociales importantes. No obstante, lo más grave puede estar por venir si no se toman las medidas necesarias. Un incremento continuo de la temperatura terrestre hace inviable la sostenibilidad del planeta. Especial atención se ha prestado al umbral de 2 °C, considerado por los científicos como una suerte de punto de no retorno (tipping points) a partir del cual existen altos riesgos de daños masivos e irreversibles a escala mundial. La evidencia científica apunta a que este calentamiento global tiene su origen en las emisiones de GEI de origen antropogénico, las cuales provienen, de manera muy importante, del consumo de energía de fuentes fósiles. Desde 1850, debido a la actividad humana, se han emitido 2.351 gigatoneladas de CO2 (GtCO2), de las cuales más del 68 % provinieron de actividades intensivas en el uso de combustibles fósiles (Brassiolo et al., 2023).

Ciertamente, el mundo desarrollado ha tenido una mayor responsabilidad en estas emisiones históricas, puesto que ha contribuido con el 45 % de las mismas. En contraste, América Latina y el Caribe explica solo el 11 %2. Estas diferencias en el origen de las emisiones coexisten además con notables disparidades en los niveles de ingresos por habitante entre países. Para cerrar estas brechas, es preciso que el mundo en desarrollo y América Latina y el Caribe, en particular, crezca más rápido que los países desarrollados, lo cual impone un desafío en un contexto en el que se busca la reducción de emisiones de GEI. Si bien esto es relevante a la hora de introducir elementos de justicia en las responsabilidades vinculadas a la reducción de las emisiones, no exime a ningún país o región de realizar los esfuerzos necesarios para mantener la temperatura global en niveles apropiados.

Este panorama apremiante ha logrado un importante consenso de carácter mundial en torno a la necesidad de reducir considerablemente las emisiones de GEI, especialmente las originadas en el consumo de energía. En otras palabras, existe un consenso sobre la necesidad de promover de manera acelerada una nueva transición energética a nivel global.

El hito reciente más destacable de esta cruzada por la protección del medio ambiente es el Acuerdo de París, firmado por los Estados parte de la Convención Marco

de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático CMNUCC). Dicho acuerdo plantea como objetivo central “mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2 °C con respecto a los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5°C con respecto a los niveles preindustriales” (Naciones Unidas, 2015, punto 1.a del art. 2). Estas metas imponen un tope de emisiones de GEI equivalente a un poco más de 28 años (al ritmo de 2019) para limitar el incremento de la temperatura a 2 °C y apenas 9 años para llegar al umbral de 1,5 °C (Brassiolo et al., 2023).

Con respecto a la ventana de tiempo de estos esfuerzos y las consideraciones de desarrollo integral, el Acuerdo señala: […] las Partes se proponen lograr que las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero alcancen su punto máximo lo antes posible, teniendo presente que las Partes que son países en desarrollo tardarán más en lograrlo, y a partir de ese momento reducir rápidamente las emisiones de gases de efecto invernadero, de conformidad con la mejor información científica disponible, para alcanzar un equilibrio entre las emisiones antropógenas por las fuentes y la absorción antropógena por los sumideros en la segunda mitad del siglo, sobre la base de la equidad y en el contexto del desarrollo sostenible y de los esfuerzos por erradicar la pobreza (Naciones Unidas, 2015, punto 1.a del art. 4).

Bajo el Acuerdo de París, cada país se compromete a establecer, en función de sus circunstancias y capacidades, metas para reducir las emisiones de GEI (metas de mitigación) y adaptarse a los impactos producidos por el cambio climático (metas de adaptación), así como definir las medidas y acciones para alcanzar Acuerdo de París: logros y desafíos esos objetivos. Estos compromisos se describen en las contribuciones determinadas a nivel nacional (CDN). Si bien el Acuerdo de París representa un hito muy importante en el compromiso global de reducir las emisiones de GEI no está exento de desafíos.