NOTA DE OPINIÓN
*Por el Ing. Hernando Arias.
A pesar de su omnipresencia e importancia para las diversas actividades, el desarrollo de la infraestructura carretera y ferroviaria, como medio de movilidad de bienes y personas, es un capítulo económico muy poco tratado por los economistas de nuestro país. Pareciera que se olvidaron de que, la adecuada inversión en infraestructura permite dinamizar el suministro de las empresas en materia de bienes y servicios intermedios, como el consumo de los hogares, pues hace posible la distribución de bienes finales y toda la creación de empleo que de ello se deriva. Paralelamente, a pesar de su importancia, hay poca claridad de la función y cuantía que debe aportar el sector financiero a la cadena de valor para facilitar la dinámica productiva. Eso se bebe fundamentalmente a que, tras las reformas neoliberales, este sea un terreno vedado exclusivamente a los bancos, relegando al Estado en materia de planificación y regulación económica.
En ese contexto, habría que enfatizar dos aspectos de la actividad financiera: por un lado, la demanda endógena de la formación bruta de infraestructura y capital de planta, que, dada su magnitud, es a largo plazo, y, por otro lado, el financiamiento del capital circulante, que es el que se emplea para los gastos de suministro y trabajo, que es a corto plazo. Separando el capital de inversión, que debería tener un tratamiento especial, podríamos decir que, la dinámica de agregados monetarios, cuantifican la circulación del capital y las transacciones financieras que median la reproducción ampliada del capital, como la creación de empleo. En ese contexto, la tasa de interés juega un rol clave: debe ser baja para estimular la inversión y la expansión del circulante.
En cierta forma, el crédito, debe ser el lubricante de la actividad económica, pero a largo plazo, el crecimiento económico exige la continua asignación de recursos necesarios, no solo para el capital de planta, sino para la demanda endógena de la infraestructura que sustenta la matriz de la producción y distribución del producto. Es sabido que, cuando se trata de grandes inversiones y escaso o nulo retorno, “el mercado” no provee infraestructura, por lo que no cabe ninguna duda de que la inversión en la formación bruta de infraestructura y capital fijo es y debería funcionar como “una criatura del Estado”, pero a la vez, la política monetaria y la planificación económica deberían instrumentar su desarrollo armónico.
Aquí, sin embargo, aunque el dinero es una criatura del Estado, el direccionamiento de la inversión, carece de planificación a mediano y largo plazo y el circulante los manejan “los mercados”, por no decir los bancos, en su mayoría privados y de capital extranjero. El Banco Central, en lugar de dirigir el crédito a donde se necesita liquidez, funciona como una simple caja de emisión dejando a los bancos que dispongan del uso de los depósitos, teniendo bajo control los agregados monetarios y la tasa de interés; y en esto, tiene mucho que ver la cuestionada Ley de Entidades Financieras de la dictadura y las reformas menemistas, epicentro de todos los males económicos que nos aquejan.
El dinero es como la sangre que necesita la economía, imagínense el cuerpo humano con problemas de circulación sanguínea, y en ese marco, los bancos manejan el flujo sanguíneo, pues, a través del sistema de expansión cuantitativa, proveen liquidez a las transacciones del sistema. Pero, en lugar de alimentar la inversión, están logrando beneficios a altas tasas de interés. La inversión, ya sea en capital fijo o circulante, debería asistir la reproducción las células productivas, de acuerdo a la demanda endógena de liquidez, pues, en términos de agregados monetarios, esa demanda responde al suministro físico de insumos, bienes finales. Obviamente, el dinero no está cumpliendo su rol económico, y es como si estuviera alimentando la demanda endógena de los activos de los bancos, pero para la economía funcionan como si fueran tumores cancerígenos. Así, el stock de pasivos remunerados y la masa de intereses acumulados, ya es como una metástasis a punto de estallar.
Si la enfermedad es la enorme brecha de la infraestructura, marcada por su obsolescencia y precariedad operativa, el remedio es la inversión, pues en esa situación no solo eleva los costos en la producción de bienes y servicios, sino que hace inviable cualquier proyecto de inversión productiva. Paralelamente, en un contexto inflacionario y de recesión no se debe subir la tasa de interés, sino bajarla, de manera radical, para impulsar la inversión, pues se deben diagramar los estándares de préstamo y las operaciones de financiación de los sectores económicos con una mirada endógena a las células productivas. Es decir, si el productor necesita un crédito darle a tasa cero o negativa, a la vez que se debe dar un impulso expansivo al capital circulante, pero aquí eso no existe porque está muy claro que el criterio económico es la valorización financiera, y no el crecimiento económico.
Si la inflación proviene del lado de la oferta o de los costos, no puedo dejar de entender que haya una política contractiva para la producción, habiendo más de dos bases monetarias contenidas dentro del Banco Central, que contradictoriamente en lugar de volcarlas a la inversión, alimentan un colosal pasivo improductivo, con una masa de intereses que no para de acumularse. Paralelamente, dadas las altísimas tasas, al contraerse la producción y emitir más dinero se alimenta la espiral inflacionaria, en lugar de combatirla. En lo distributivo, este modelo de “dinero de helicóptero”, con el ropaje de las “metas de inflación”, sus inentendibles “anclas nominales”, no persiguen la estabilidad de precios, en realidad encubren el ajuste y las tasas positivas que exige el FMI, favoreciendo solamente a los megaespeculadores financieros.
El problema no es el financiamiento del Tesoro, sino, el destino del gasto y la captura del Estado como negocio de unos pocos, asistente a la vez del propio déficit fiscal y encubridor del desempleo que genera este modelo. Debemos entender además que el BCRA, no está pagando intereses por el dinero de los bancos, sino por el desvío especulativo de la emisión y el de los ahorristas que depositaron su ahorro en ellos, que obviamente, muy buenas diferencias logran con los intereses que reciben por los pasivos del BCRA.
La situación del Banco Central llegó a un punto límite. La emisión de títulos a corto plazo para rescatar al menos una parte de la emisión monetaria directa, se transformó en un mecanismo insostenible en el tiempo y con un gran potencial negativo. Y en ese sentido, vale la pregunta: ¿Cuál es en fin económico de las Leliq y Pases del BCRA? Si en lugar de crear la enorme burbuja de pasivos que ronda $8,93 billones a 28 de octubre último, ¿No hubiese sido mejor invertir en infraestructura y capital?
Teniendo en cuenta la forma en que se renuevan los vencimientos, a una tasa de interés de política monetaria estable en el 75% nominal anual, que se hace efectiva al 107,35% anual, con un creciente rollover, veo que lo único que está funcionando es el multiplicador bancario que no para de inflar la burbuja, mientras la economía sufre una metástasis terminal.
Como es sabido, el orden económico está íntimamente vinculado al uso del dinero de alta potencia (base monetaria), el cual, direccionado correctamente su expansión desde la inversión, materializada especialmente en carreteras, vías férreas, plantas de producción, etc, que como infraestructura permiten mediar la realización del producto. La base monetaria, estructurada verticalmente con el dinero transaccional (agregados monetarios M1, M2, M3, M4, etc., valorizan la cadena de producción-consumo, a la vez del empleo que generan en la medida que se incrementa la oferta agregada. A su vez, el dinero creado se respalda con más demanda endógena, producto del aumento de las actividades derivadas.
La emisión ganada con crecimiento del producto es lo que se conoce como señoreaje, pues el dinero se reinvierte en un circulo virtuoso, generado por la demanda endógena del propio crecimiento económico. Si la matriz de emisión, en armonía con la política fiscal es correcta, al incrementar el capital crearíamos cada vez más nuevas formas de demanda de dinero transaccional. Distinto es cuando la emisión se destina a la demanda con una política fiscal contractiva sobre oferta. Así, el impuesto inflacionario erosiona el nivel de ingreso y afecta la utilidad marginal del capital y la creación de empleo. Y es en la inversión, planificada a corto, mediano y largo plazo, donde el Estado debe intervenir con la emisión y el crédito público, como también las transacciones, valorizándolas cuantitativamente con dinero, como instrumento de valor y de cambio, o medio de pago, en sus distintas formas y escalas temporales. Así, el dinero, correctamente administrado y distribuido, es un medio que da forma al producto a través de la cadena de valor, gracias a los medios de producción y trabajo, como también la reproducción de infraestructura y el capital productivo en lo que se conoce como desarrollo económico.
Estructurada la base monetaria y la política fiscal con el desarrollo económico, en una economía sana, la política de crédito y la instrumentación de los agregados monetarios que facilita el sistema financiero a través de la inversión, el valor agregado se cristaliza con la oferta monetaria, dando efectividad económica a la actividad productiva y comercial. En ese contexto, la inflación, el déficit fiscal no serían problema, pues en la fase expansiva, la oferta de dinero se valoriza en forma endógena a la producción y la demanda de las familias. Cuando se dice que la emisión es endógena, el crédito se dirige a respaldar el valor de la demanda de la producción y la creación de empleo. Simplificando, la fórmula del ciclo sería:
Expansión cuantitativa (Emisión) → inversión en infraestructura y capital de planta → Expansión productiva y trabajo → Aumento de la demanda efectiva y la recaudación → Superávit fiscal.
En el sistema de reservas fraccionarias que nos asiste, partiendo de la base monetaria, sobre la base de depósitos, los bancos, si otorgan créditos y valorizan el circulante a través de los agregados monetarios, hacen que el capital se reproduzca, incluso se valorice (crezca). Está claro que, si se dan incentivos a la inversión, la demanda endógena crece, transformándose así en un ancla nominal de la inflación, siendo “el mejor esterilizador de la misma”. Pero si la tasa de interés y el costo de intermediación son altos, el crédito a la producción disminuye, incluso el circulante se transforma en acumulación de deudas, arrastrando incluso al sistema bancario, al extremo de que el banco central debe convertirse en \»prestamista de última instancia\» para mantener al sistema financiero a flote con más emisión.
Ahora bien, la política monetaria no solo debe estar en armonía con la fiscal, sino también con la reproducción de infraestructura y el capital, apuntalando verticalmente la reproducción del producto y la movilidad de bienes y personas, que respaldan físicamente en forma endógena el dinero emitido. En ese sentido, China nos está mostrando que la expansión de la emisión, con fuerte impulso del producto a través de la obra pública da muy buenos resultados.
China, basó su crecimiento ante una fuerte inversión en carreteras y ferrocarriles del orden del 60% del gasto. Es obvio que el desarrollo de la infraestructura no solo da crédito a la expansión económica, pues potencia los activos de la producción y el comercio, además, “crea su propia demanda”. Especialmente cuando se invierte en carreteras y ferrocarriles, pues son como las arterias que llevan el torrente sanguíneo del cuerpo humano, que dan vida a los activos productivos, facilitando la movilidad de bienes y personas.
La oferta monetaria no solo debe responder a la demanda endógena de la actividad económica, sino a la inversión, con un tratamiento diferenciado para la infraestructura física. Paralelamente, la matriz de agregados monetarios (M1, M2, M3, M4) no debería ser producto del mercado financiero, sino un instrumento económico de la demanda endógena de capital fijo, como del circulante; algo así como una criatura del Estado, que a través de la expansión cuantitativa de la emisión (M0), es generador de la matriz de valorización de la demanda endógena del producto. En ese contexto, una tasa de interés elevada quita liquidez al sistema, pues restringe la circulación del dinero transaccional, afectando todo posible ciclo expansivo.
En materia de infraestructura, manejando correctamente el concepto de monopolio natural, la inversión a largo plazo que crea un pasivo, como el caso de una carretera, se respaldaría ampliamente por los activos productivos que se verían beneficiados, pues incluso mejoraría la cadena de suministro y la conexión comercial. La demanda endógena de dinero en el ciclo expansivo no solo esteriliza la inflación, sino que crea nuevos empleos y rentas derivadas, con lo que generaría excedentes para compensar el pasivo diferido, producto de la inversión en la carretera. Es lo que explica el multiplicador fiscal (Ver Figura).
Para crecer, es sabido que las empresas contraen pasivos. En lo colectivo, el costo de transporte es como un pasivo diferido que afecta directamente en la utilidad marginal del capital. Sin embargo, explotar correctamente su “multiuso funcional”, hace que la inversión se difunda al ser contraída en forma colectiva. Cuanto más eficiente es la inversión en transportes y logística, pero a la vez, cuanto más aportan y se benefician, menor es el costo de la inversión y mayor es el efecto positivo en los balances de las empresas. La ruta construida es como pasivo diferido, pues implica obligaciones que tiene toda empresa que la usa por ingresos recibidos en forma anticipada (la construcción de la ruta). En la cuenta del pasivo, a esas obligaciones habría que agregar los gastos, tanto para la cadena de suministro, como de distribución en cada período contable, aspecto muy ligado a los costos generalizados de transporte, los cuales dependen del nivel de servicio de la ruta.
Teniendo en cuenta que la emisión, en lugar de asistir al Tesoro, se canalizó a la “esterilización de la inflación”, vía depósitos remunerados, sin contrapartida económica más que la especulación financiera, esto terminó disparando el stock de los pasivos y la masa de intereses, que no para de acumularse. Paralelamente, la suba de tasas impulsó (y sigue impulsando), no solo la inflación de costos, sino el creciente pago de intereses a los bancos, que subió muy por encima de la inflación y ya es récord. ¿No hubiese sido más conveniente que, si en lugar de emitir esos absurdos bonos, hubiéramos asistido al Tesoro para construir carreteras y contrarrestar los enormes pasivos logísticos?
Cuando los países serios están pensando en tasas de interés negativas, nosotros estamos subastando bonos a corto plazo con tasas del 107 % (Efectiva anual), para colmo, al no haber inversión, al problema de la inflación de costos, se suma la escasez de bienes transables, lo cual afecta gravemente nuestro sector externo.
En mi opinión, el mejor “ancla nominal” a la inflación es la inversión. Seguir emitiendo para satisfacer la demanda endógena de este modelo de financiarización y endeudamiento, no es lo correcto. Necesitamos abrir el debate, y pensar en una política económica que, fijando objetivos claros, pueda contribuir de manera más significativa y sostenible a una estrategia general de desarrollo. Institucionalmente, a través del crédito público, entiendo que «la emisión debe desencadenar hechos constituyentes», que respondan a la cohesión interna y el bienestar de los argentinos. Surge así la pregunta: ¿Es constitucional la política de emisión de los pasivos remunerados del BCRA?